TATIK, EL OBISPO REVOLUCIONARO

Por María Idalia Gómez y Gabriela Rivera



Samuel Ruiz era un hombre conservador, pero llegó a San Cristobal de las Casas y una década después los indígenas ya lo habían transformado. Ellos le bautizaron en tzetal Tatic, padre. Desde el gobierno le llamaron el obispo rojo y lo vigilaron desde 1970 hasta su muerte, y 20 años después, desde el Vaticano, lo defenestraron y trataron de obligarlo a un retiro adelantado, por su opción por los pobres, por la construcción de una pastoral indígena y porque arropó el movimiento armado del EZLN.

Rodean luces y sombras a la figura de Samuel Ruiz. El hombre y el obispo que respondió a un tiempo y a su circunstancias. El obispo revolucionario y el mediador. El considerado irreverente, pero también irascible y poco confiable para las autoridades. El mismo que fue conquistado por los indígenas a los que él también conquistó. El que en plena Guerra Fría apoyó a los refugiados guatemaltecos y las causas revolucionarias centroamericanas y creyó que en México era posible y necesario. El que alzó la voz ante el asesinato de sacerdotes y que desafió al Estado al denunciar ante el Vaticano los abusos contra los indígenas. El hombre de iglesia que construyó una estructura evangelizadora que respetó e incluyó las costumbres indígenas y a la vez creó conciencia de sus derechos.

El mismo hombre que, al retirarse como obispo, los propios indígenas le denominaron Jcanan Lum, que no es otra cosa que cuidador del pueblo.

Hoy, el Papa Francisco llegará a San Cristóbal hasta la tumba de ese Tatic de los indígenas. Le rendirá un homenaje y será así la forma en que el Vaticano desafiará a la parte más conservadora de la iglesia mexicana y reivindicará la figura de Samuel Ruiz, su trabajo indígena, la opción preferencial por los pobres y perfilará la nueva ruta de la iglesia en México y América Latina. Y este acto simbólico lo hará en la tierra de la que fue el gran defensor de los indígenas desde la época colonial y también obispo de Chiapas, Fray Bartolomé de las Casas.

"No podemos mantenernos al margen de lo que está sucediendo entre nosotros. Conociendo la realidad dolorosa de nuestros hermanos, los más pobres entre los pobres, optamos por acompañarlos, como el buen samaritano, en su búsqueda eficaz por una nueva sociedad, estructurada sobre la justicia y la fraternidad", escribía Samuel Ruiz en su carta pastoral 'En esta hora de gracia'.

A partir de ahora se reescribirá la biografía del obispo de San Cristobal y su papel en la historia de Chiapas y de México. También deberán contarse lo que el grupo conservador de la iglesia católica mexicana, empoderado entonces, trató de hacer contra Samuel Ruiz y las operaciones que el gobierno mexicano trató de ejecutar para anularlo.



Por primera vez EJE CENTRAL da a conocer algunos de los documentos sobre Samuel Ruiz, que fueron elaborados por la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) y la Dirección Federal de Seguridad (DFS), ambas de la Secretaría de Gobernación, oficinas que antecedieron a la creación del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). También recuperamos su historia, contada por sus propios escritos y por uno de sus colaboradores más cercanos, Miguel Álvarez, su secretario por más de cuatro décadas.

El conservador que llegó a Chiapas

Archivo Vicente Kramsky 


En 1959, Samuel Ruiz llegó a Chiapas, a donde había sido asignado. Sería responsable prácticamente de toda la zona indígena, porque en ese entonces era la única diócesis que había.

Era un obispo bien formado en teología y así era reconocido dentro de la iglesia. Había estudiado en la Universidad Gregoriana y en el Instituto Bíblico de Roma. También había sido maestro en el seminario de León, Guanajuato, y presidente de la Comisión Episcopal en México. Su capacidad le permitía hablar ocho idiomas y ya en Chiapas aprendería tres lenguas indígenas.

En su libro "Reflexiones pastorales ante universitarios", el obispo recuerda que sólo conocía a Chiapas por los mapas. Pero cuando llegó allí, a los 35 años, se dio cuenta que era muy diferente a lo que él conocía en su natal Guanajuato.

Miguel Álvarez, quien fue su amigo y secretario por casi cuatro décadas, narra que a su llegada a la diócesis se dio cuenta que los indígenas seguían siendo tratados como objetos propiedad de los patrones, de los mestizos, del gobierno.

Fue hasta que empezó a vivir con ellos cuando se dio cuenta de la trasformación que la diócesis requería. El primer tropiezo con su realidad ocurrió mientras daba una homilía —una de sus mejores a decir del mismo Samuel—, al terminar sus auxiliares le dijeron que debía hacer una pausa en la misa, para que todo el mensaje se tradujera a las lenguas indígenas, porque los presentes no habían entendido su maravilloso discurso.

El siguiente choque fue cuando empezó a visitar las comunidades más alejadas y en uno de esos viajes se hospedó en casa de personas poderosas e importantes. Al despedirse, los indígenas le dijeron que volverían a cooperar para su siguiente visita, a lo que él respondió: “fue el café más caro de mi vida”. Desde entonces no volvió a hospedarse en casa de los poderosos.

La conversión de Samuel Ruiz había comenzado. Los indígenas le fueron dando forma al sacerdote que necesitaban en ese momento y Ruiz supo escuchar lo que pedían a gritos y nadie escuchaba.

Álvarez recuerda que su participación en el Concilio Vaticano II y la creación de la pastoral indígena en el Consejo Episcopal Latinoamericano contribuyeron a esa transformación.

“Entre los rasgos de la conversión estaba la constatación de que había una dinámica pastoral más centrada en el vínculo con los poderosos de cada parroquia y él al comprender esa situación cada vez fue optando por ir al servicio de la base misma”, recuerda Miguel Álvarez.

Así, el trabajo para reformar la iglesia hacia los pobres y establecer una pastoral indígena en México comenzó cinco años después de que el obispo llegara a Chiapas. No fue improvisado, Samuel Ruiz era un hombre inteligente y reflexivo, y por ello diseñó una estrategia, formó primero 300 catequistas indígenas que conformaron su ejército evangelizador en por lo menos cinco lenguas que se hablan en la región. Un siguiente paso, que significó un cambio sustancial en Chiapas, fue cuando la iglesia incluyó ritos y costumbres indígenas en las celebraciones.

El impacto de estos cambio se fueron reflejando en la forma de trabajo y la comercialización de los productos. Se formaron cooperativas, hubo un mayor respeto a su trabajo, y los indígenas se organizaron para mejorar sus condiciones de vida.

Tatik y Kanan Lum. El Guía Del Pueblo

Archivo Radio Zapata

Desde que llegó a San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz recibió el nombre de Tatik, que significa en padre en tzotil. Sin embargo, luego de su conversión, el significado fue más profundo.

"Don Samuel fue potenciando una diócesis de poner una iglesia en manos y a la manera de los indígenas y sobre esa plataforma es que don Samuel ya reconocido como el obispos de indígenas, pasó al obispo de los derechos humanos y los derechos indígenas", recuerda Miguel Álvarez.

Con su trabajo como sacerdote, logró convocar al primer Congreso Indígena de 1974, donde se discutieron los principales problemas que aquejaban a las comunidades tzeltal, tzotzil, tojolabal y chol.

De igual manera, logró reunir a un centenar de comunidades eclesiásticas, donde había jesuitas, dominicos, mujeres de distintas congregaciones que incorporaron su propio carisma a la nueva mentalidad eclesial.

A la par de su trabajo a favor de la pastoral indígena, fundó en 1988 el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, en honor del primer sacerdote que trabajó a favor de los derechos de los indígenas en un México colonial. Desde entonces éste es el centro más importante en la entidad que trabaja para proteger los derechos humanos de la población.

Más adelante creó Serapaz, una fundación dedicada a atender causas sociales que a nadie más le importaban.

El obispo rojo

Archivo La Jornada

La orden fue seguirlo, infiltrarlo, no perder sus reuniones, homilías y conocer todos sus planes. Samuel Ruiz no era el único obispo con ideas denominadas entonces marxistas, pero sí era el que estaba organizando un trabajo con indígenas metódico y dirigido, por eso llamó la atención del gobierno.

Los primeros documentos que aparecen en los archivos de la DGIPS corresponden a la década de los setenta, justo cuando el obispo de San Cristobal ya convertido, inicia su estrategias para conformar la pastoral indígena.


Los agentes de la entonces DGIPS tenían la misión de reportar a la Secretaría de Gobernación. En ellos los espías aseguraban reiteradamente que el trabajo de Samuel Ruiz era politizar a estudiantes e indígenas con ideas marxistas-leninistas; apoyar las movilizaciones sociales y cuestionar las políticas del gobierno; todo ello, sostenían, con el apoyo de extranjeros y para usarlo para sus fines personales.


Los informadores de Gobernación también reportaban cómo los ganaderos y políticos chiapanecos cuestionaban al obispo y su relación con los indígenas o sus vínculos con la izquierda.

Uno de los informes, por ejemplo, firmado en Comitán, Chiapas y bajo el título "Campesinos del ejido Uhosjob del municipio Tzinmol", en el que se acusa a Samuel Ruiz de asesorar a campesinos para sembrar marihuana.

Lo siguen en sus reuniones en el Episcopado, en las conferencias que ofrece, en las peregrinaciones a la Basílica o cuando se pronuncia por el asesinato de sacerdotes y transcriben sus palabras:


“Por último concluyó diciendo que en medio del silencio impuesto por un control de prensa comparable al que ejerce las dictaduras más extremas, es una exigencia evangélica denunciar la represión violenta y homicida y protestar en contra de ella. No fueron éstos, crímenes vulgares. El móvil más profundo de estos asesinatos fue el intento de reprimir una acción a favor de la justicia, en servicio de los jóvenes y oprimidos, de los marginados como lo expresó el arzobispo de Chihuahua, Adalberto Almeida, en el caso del fallecido padre Aguilar, que ya antes había dicho el gobernador de ese estado ante las demandas y protestas de un pueblo humillado que se apoyaba en la voz del padre Aguilar, que tenía medios para hacerlo callar”, señala el informe elaborado por el agente Jorge Pérez Juárez en 1977, cuando se hizo una peregrinación a la Basílica por el asesinato de los sacerdotes Rodolfo Aguilar y Rodolfo Escamilla García, de Chihuahua y Ciudad de México, respectivamente.

En ese año también, los agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) lo señalan como responsable de la muerte de agentes de la policía, de acuerdo al informe que firma el entonces director Javier García Paniagua:

“La actitud del obispo Ruiz García es muy conocida en la entidad, ya que tiene bastante influencia entre los indígenas y en sus sermones los incita contra los pequeños propietarios y las autoridades. Se hace notar que este obispo es de la misma línea ideológica del de Cuernavaca, Morelos, Sergio Méndez Arceo, mismos que hace poco fueron expulsados de Quito, Ecuador, al ser acusados de subversivos”.

Fue así como cada informe, cada dato, cada calificativo fue forjando el apelativo de “el obispo rojo” que se volvió común utilizar en los pasillos de la presidencia de Carlos Salinas y de Ernesto Zedillo, después de 1994, tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).



Los zapatistas y la persecución 


El 1º de enero de 1994 apareció públicamente el EZLN en Chipas declarando la guerra al gobierno y exigiendo el derecho histórico de las comunidades indígenas. De inmediato el obispo fue vinculado con el movimiento.

Los documentos históricos muestran que en los albores de los años setenta, el obispo dio refugió y protección a los jóvenes estudiantes que huyeron de Tabasco, después de un enfrentamiento con el Ejército. Se trataba de integrantes del grupo subversivo Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), quienes al ser derrotados deben esconderse. Ellos fueron la semilla del EZLN.

Lo acusaron de esconder armas en la catedral, de participar en la estructura y organización del grupo guerrillero. Eso nunca se probó. Lo que sí documentaron las autoridades fue su vinculación con organizaciones internacionales que enviaban recursos financieros en apoyo a los indígenas, dinero que en parte permitió financiar al EZLN.

Pero hay un punto más importante, fue la conciencia y estructura que construyó el ejército evangelizador de Samuel Ruiz, los 300 diáconos que crecieron a 500, los que permitieron conformar las bases de la subversión.

Sin embargo, Miguel Álvarez asegura que el obispo nunca participó con ellos, aunque sí fue el responsable de generar el proceso de concientización y organización de los 84 grupos que después conformaron el EZLN.

"Ciertamente don Samuel con esta firmeza tocó intereses que no dejaron de atacarle ni criticarle. En Chiapas fueron los poderosos que no querían un obispo que ya no iba con ellos, que ya no hablaba para ellos no trabajaba para ellos, por eso las acusaciones de que él era un impulsor del zapatismo. Pero eso hay que entenderlo en el marco de las oposiciones que se fueron levantando para reclamar por el otro modelo de iglesia que ya no ejercía", afirma Álvarez.

Ante las acusaciones, Samuel Ruiz se ofreció como puente de dialogo entre el zapatismo y el gobierno federal, que encabezaba Carlos Salinas de Gortari, sin que esto significara que estaba con uno u otro bando.


Pese a ello, las acusaciones continuaron y fue llamado “Comandante Samuel” por sus detractores, que lo acusaban de pertenecer al movimiento social.

Entre los vaivenes de las negociaciones, el gobierno le colocó escoltas encargadas de protegerlo pero también de vigilarlo. Don Samuel lo sabía, pero no le importaba. “Prefería que supieran qué hacía y a quién recibía”, señala su ex secretario.

Con los escoltas hizo amistad. Los casó, les bautizó hijos, acompañó a sus familias. A pesar de saberse vigilados, la relación con todos los hombres que lo acompañaron desde 1994 hasta 2011 siempre fue de respeto e incluso cariño.

El más querido, el más odiado 

La trasformación de la iglesia en Chiapas le ganó la enemistad de los grupos poderosos de la entidad, así como del ala eclesial más conservadora.

Mientras los ricos y gobiernos chiapanecos comenzaron a pedir su salida de la diócesis, el nuncio Girolamo Prigione inicio en 1993 una campaña mediática en su contra, apoyado por Marcial Maciel, quienes querían su remoción, argumentando la presión del gobierno de Carlos Salinas de Gortari por el levantamiento zapatista, señala Bernardo Barranco, especialista en temas religiosos, en una columna publicada en 2011.

Sin embargo, detalla el especialista, fue su labor de mediación la que le valió su lugar en la diócesis hasta el año 2000, cuando debió jubilarse por cumplir 75 años, tal como lo marcan los cánones eclesiásticos.

Prigione fue más lejos y le hizo saber al obispo cómo la iglesia católica, la de derecha, lo desconocía y denostaba. Convocó a Samuel Ruiz para informarle que el Papa Juan Pablo II le sugería "renunciar voluntariamente" o rectificar su posición después de que cometiera en su trabajo pastoral graves errores doctrinales.

Allí estaba el punto central, la opción por los pobres y su radical defensa pública de los indígenas trastornaba a lo más radical de la iglesia. El cardenal Bernardin Gantin firmó una carta como prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos, en la que acusaba a Samuel Ruiz de defender “una interpretación del Evangelio a partir de un análisis marxista, dando así una visión reductiva de la persona y la obra de Jesucristo”.


En esa misiva, que cita el libro “Marcos la genial impostura”, también Gantin acusa al obispo de San Cristobal de ejercer una pastoral no conforme a la enseñanza de la iglesia, por lo que “la Santa Sede señala la absoluta imposibilidad de consentir que en San Cristobal de Las Casas continúe una situación doctrinal y pastoral que se considera en abierto contraste con lo que exige la unidad de la iglesia”.

Samuel Ruiz había tocado las fibras más sensibles de la iglesia y del gobierno mexicano con su carta pastoral que envió a El Vaticano, tres meses antes de iniciada la campaña de Prigione en su contra, y a la cual denominó “En esta hora de gracia”.

En ese documento de 28 páginas, el obispo hacía un recuento de la situación de los indígenas, de los abusos, represión, racismo, tortura, la confiscación ilegal de tierras, la corrupción generalizada de las autoridades en contra de todos ellos, “la justicia al servicio del dinero y de la ideología política dominante”, la explotación de su trabajo, que hace todo ello que “el indio un extranjero en su propio territorio”.

Tres años antes de su retiro, el Episcopado envió a Raúl Vera como obispo coadjutor, que lo colocaba como el sucesor de Ruiz en la diócesis de San Cristóbal. Sin embargo, ni la iglesia ni el gobierno contaban con que Vera adoptaría la pastoral indígena del obispo y les daría seguimiento.

Esto causó su salida de Chiapas y su nombramiento en Saltillo, donde trabaja a favor de los migrantes, los indígenas, las víctimas de la violencia y los grupos más desprotegidos de la ciudad.

En su lugar nombraron a Felipe Arizmendi, obispo en Tapachula y a quien se le tomaba por un eclesiástico más conservador. Quince años después de su nombramiento, Arizmendi es uno de los seguidores de la pastoral indígena y seguidor de la doctrina de la pobreza que difunde el Papa Francisco.

“Él también vivió un proceso de conversión. Los indígenas se han encargado de formar a los sacerdotes que necesitan”, puntualizó Miguel.

Con este trabajo, los indígenas le dieron un nuevo nombre cuando estaba a punto de jubilarse, en el año 2000: Kanan Lum, que es cuidador del pueblo y con el que se le vinculaba siempre a las comunidades chiapanecas.

Once años después de su retiro y a cinco de su muerte, Kanan Lum sigue vivo porque el recuerdo que dejó es enorme como protector del proceso de transformación indígena, señala Álvarez.